Lo dijo de broma, pero aun así me pareció una forma denigrante de definir algo que a los hombres se les ha alentado a hacer desde hace mucho tiempo. Después de 20 años casada, tuve un divorcio horrible. Cuando por fin estuve lista para volver a tener citas, los candidatos de mi edad entre 50 y 60 años no me convencían. Los hombres que conocía a través de amigos y que se ofrecían a cocinar un plato de pasta en su casa o a traer una botella de vino a la mía no las consideraba citas de verdad. Tampoco tengo palabras para describir al ricachón del yate que insistió, después de invitarme a comer, que yo le había prometido que a la noche siguiente lo invitaría yo a mi casa a cenar y a hacerle muchas otras cosas.

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Éstas y otras retahílas por el elocución las escuchan casi a diario las personas solteras de cierta edad. Cuando a partir de los 35 abriles uno no tiene pareja enciende las alarmas en determinados entornos. Se convierte en un bicho raro para algunos, en un ser envidiado por otros. En un misterio para casi todos. La frase tal cual, aunque los otros la hacen suya también, es de Daniel Martínez, 40 años, argumentista y soltero convencido. Los personajes de ficción con los que he trabajado durante mi carrera me han metido miedo al matrimonio. Siempre, cuando llegaba la boda, era porque la serie se acababa. Y para mí, si la boda era el final, pues no me interesaba, cuenta. Cree que la gente que vive en galán tiene desvirtuado el concepto de soltero, porque piensa que montamos fiestas en casa todos los días o que salimos de juerga todas las noches.